En cierta época me obsesionaba recordar la primera vez. Él mismo la fecho a los tres años, por supuesto yo le provoque. Creo que quería saber como fue para corroborar que no fue mi culpa. ¿De verdad su mente estaba tan enferma como para creer que una niña
de tres años que se levanta la falda busca sexo?...
No
sabía que era aquello, me superaba. Con seis años tengo consciencia de haberme
masturbado porque me gustaba sufrir, me creía malvada por ello.
El
vocabulario de una niña es limitado, pero no elegí una palabra buena
para definir el placer. Siempre supe que ese secreto era malo, pesaba
como una losa y me hacia sentir sucia. Sufría aún sin saber como
llamarlo.
Estaba
tan acostumbrada al abuso y al silencio que simplemente le dejaba
hacer.
Detestaba
el momento en que llegábamos al garaje. Porque en otros lugares podía ser que le apeteciera o no pero subir al coche siempre requería un pago. Es como si avanzara a cámara
lenta y viera la película desde fuera. Entrabamos al coche, me
sentaba en el asiento del copiloto y esperaba que fuese lo más
rápido posible para acabar cuanto antes. El día en que empezó a
ser obligatorio tener un orgasmo también anda perdido en el
abismo, no así la percepción de que tenía que fingirlo para
quitármelo de encima. Tal vez siempre fue así.
Tal vez era su forma de justificarse. Las veces que mi cuerpo me traicionó me mermaron como mujer para toda la vida.
Tal vez era su forma de justificarse. Las veces que mi cuerpo me traicionó me mermaron como mujer para toda la vida.
Fue
una etapa de resignación. Acataba sus órdenes como un manso
corderito. Hasta ahora sólo tenía en mi mente la culpa y la
suciedad, para bien o para mal otra sensación ha invadido todo, el
asco. Mi mente decidió dejarme entrever como habían sido los abusos
con imágenes vacías. Al recuperar las sensaciones que las
acompañaban es posible que libere un poco mi carga, podía ser
cualquier cosa menos agradable.
Lo
peor, sus besos, eran absolutamente repulsivos, no se si después de
revivirlos podré volver a besar a un hombre algún día. Me gustaría pensar que algún día encontraré a alguien con quien poder revivir todas las primeras veces que su infamia usurpó.
A
pesar de todo nunca pude odiarlo, ni quererlo. Es una frialdad, una
indiferencia glacial. Como si mi corazón se hubiera congelado. Por
un lado era mi abuelo, a pesar de que nunca me permitió llamarle así.
Por el otro el desgraciado que me robó la infancia. Lo único que me
inspira es repugnancia.
Hubo
una época en la que incluso traté de justificarlo. Llegué a
sentirme agradecida de que utilizara preservativo. No me parecía doloroso
porque en algún momento mi cuerpo dejo de sentir y se transporto, yo
veía la escena y ya. Hoy también se que muchas veces me hizo daño.
Es increíble que solo me quedara con una parte, la parte en la que me
entregaba sin rechistar. Desde que tengo uso de razón me torturo por
ello, cuando en verdad lo que le tenía era pánico. Cedía a su
manipulación porque no veía otra salida.
Cuando
leo historias realmente duras de otros supervivientes he pensado
muchas veces que mi agresor era menos malo. Pero un abuso es un abuso
aunque sea una vez, suave y te llegue a gustar. En el momento que se
rompe esa barrera, se rompe nuestra inocencia, nuestra infancia y
nuestra alma.
Hace tres meses me habría matado antes de confesar parte de lo que aquí escribo. Como estoy cambiando, ahora no sólo lo cuento, es que no entiendo porque he tenido tanto secretismo.
Nos han hecho creer que al hablar se nos iba a juzgar y a repudiar.
El mundo al revés, la víctima con la culpa y la vergüenza y el victimario tan campante con su orgullo pedófilo y su cinismo.
Pero es que el daño ya está hecho. Quien sea tan imbécil de creer que un niño puede provocar a un adulto no merece nuestro silencio.
Uno de cada cinco niños merece que hablemos, gritemos, luchemos y rompamos con todo.
Aunque no quieran escuchar al menos tendrán que oírnos.
Hace tres meses me habría matado antes de confesar parte de lo que aquí escribo. Como estoy cambiando, ahora no sólo lo cuento, es que no entiendo porque he tenido tanto secretismo.
Nos han hecho creer que al hablar se nos iba a juzgar y a repudiar.
El mundo al revés, la víctima con la culpa y la vergüenza y el victimario tan campante con su orgullo pedófilo y su cinismo.
Pero es que el daño ya está hecho. Quien sea tan imbécil de creer que un niño puede provocar a un adulto no merece nuestro silencio.
Uno de cada cinco niños merece que hablemos, gritemos, luchemos y rompamos con todo.
Aunque no quieran escuchar al menos tendrán que oírnos.
"un abuso es un abuso aunque sea una vez,suave y te llegue a gustar. En el momento que se rompe esa barrera,se rompe nuestra inocencia,nuestra infancia y nuestra alma." Me quito el sombrero ante esta frase, Amapola.
ResponderEliminarTe estaba leyendo y justo estaba pensando eso, que tu historia me parece tremenda. He vuelto a pensar que la mía que no fue para tanto y aún así el dolor que me ha causado sé que se parece muchísimo al tuyo porque me identifico muchísimo con tus sentimientos...
Me encanta leerte. Me encantan tus ganas de luchar, de romper silencios, de gritar nuestra verdad y pensar que de verdad nos van a oír.
A mí tampoco me entra en la cabeza lo de que haya gente que piense que un niño pueda provocar a un adulto. Por desgracia es así, hay demasiada gente que piensa eso. Mi madre me ha dicho un montón de veces con el paso de los años que "Con 10 años ya no eras tan niña. Ya eras mayorcita para saber lo que estaba bien y lo que estaba mal." Eso me partía el alma pero lo peor es que yo me lo he llegado a creer, he llegado a pensar que de verdad con 10 añitos ya no era una niña y ahora pienso que quizás en parte tenga razón. Con 10 añitos dejé de ser una niña porque como muy bien dices "en el momento que se rompe esa barrera,se rompe nuestra inocencia,nuestra infancia y nuestra alma."
Amapola, te felicito de todo corazón por tu valentía.
Un abrazo bien grande!! :)
Grita, grita fuerte Amapola, sigue haciéndolo... Te felicito por ello... Bravo...
ResponderEliminarGracias por comentar,chicas.Llevo unos días en los que me falta tiempo para todo,pero contenta porque he vuelto a trabajar y voy recuperando mi vida.
ResponderEliminarPindesen,quiero que sepas que he leído alguna entrada de tu blog,entre ellas la de tu madre,y me conmovió profundamente.
Como lo hice desde el móvil no te he comenté nada pero cuando junte una hora libre tengo intención de hacerlo.
los padres muchas veces no sólo no dan con las palabras oportunas sino que,sin querer,a veces nos hunden más en el fango. Cuesta aceptar que no supieron verlo y supongo al tratar de disculparse es cuando nos culpabilizan a nosotros.
Anmagoca me alegra enormemente que al final tu también sigas gritando.
Un abrazo.