Imponente.
La niña lo observaba acercarse al galope. Era pequeña, de unos
dos o tres años años. Aquel animal se veía como un gigante a
su lado, pero igualmente estaba fascinada. Corría veloz con pasos
tranquilos y porte orgulloso. Ella nunca había visto nada parecido
tan grande, tan hermoso. Deseaba con todas sus fuerzas acariciarlo y
sentir el roce de su piel. Como si hubiera sentido su llamada el
caballo se frenó en seco y se acercó hacía ella. Levantó la cabeza y lo escudriñó
detenidamente. Podía sentir su respiración agitada aún por la
carrera. Fijó la vista en sus enormes ojos negros y ambos se
dedicaron a contemplarse mutuamente. Extendió la mano y le acaricio el hocico, su piel era más suave que la de cualquier peluche. Se encontraba tan ensimismada en
él que no se percató de que su dueña se había acercado y la miraba
también.
-¿Te
gusta?-
Dio
un respingo sobresaltada por la voz que interrumpía su trance. Una
mirada sincera oculta tras una gran sonrisa esperaba la respuesta.
Asintió
con determinación, mientras reparaba por primera vez en la mujer.
-Se
llama Gaucho-
Repitió
mentalmente el nombre, no quería olvidarlo nunca.
-Hola
Gaucho, eres muy guapo-
-Gaucho, ¿te
gustan los niños?- El aludido movió su cabeza respondiendo
afirmativamente a la pregunta. Ella daba pequeños brincos de puro
entusiasmo. La dueña le hizo varias preguntas más y él contestaba
con la cabeza, unas veces que si y otras que no.
Ese
día se forjó una amistad que perdura en el tiempo y en los
recuerdos de esa pequeña. Una tabla de salvación para una niña de
ojos tristes que conoció la felicidad a través de los animales.
Entrar
en casa de Gaucho supuso entrar en casa de Criollo y Capitán, otros
caballos igual de encantadores y nobles que él, y en el hogar de la
perra Gretel y sus cachorros. Supuso aprender a conocer y a amar a
los animales, aprender a dar y recibir un cariño sincero y puro.
Año
tras año esa niña esperaba anhelante la llegada del verano, para
acudir a la piscina junto a la que se encontraba la casa de sus
amigos de cuatro patas y donde una familia encantadora le permitía
saltar la valla que los separaba y ser feliz.
A
día de hoy tengo esos momentos de dicha grabados en la memoria. La
piscina cerró cuando yo tenía unos doce años y en cierto modo con
ella se cerró mi infancia. Despareció el único sitio donde me
sentía a gusto jugando y siendo una niña.
Tal
vez algún día busque a la artífice de esa alegría
para, simplemente, agradecerle. Dejarme ser su “ayudante”
bañar, cuidar, cepillar a sus caballos e incluso montarlos me hizo
sentir viva.
Hoy
quería algo que me acercara un poquito a mi niña interior y a su
sonrisa y encontré una foto donde Capitán II me estaba dando un
“beso” en la mejilla. La sonrisa de esa foto me ha transportado a
ese momento y se ha instalado en mi cara.
Trataba
de encontrarla por un camino equivocado a través del dolor, del
miedo,de la culpa y de la vergüenza. Recordar lo agradable, la
belleza de la inocencia que algún día tuve,las risas y la amistad
es el sendero que la hará llegar a mi puerta.
Al
fin siento algo de aquella niña que abandoné. Hay un cambio
evidente en mi interior, ya no la odio ni la culpo. Ahora quiero
cobijarla, darle el cariño y el consuelo que tanto necesitó y hacer
que ambas nos sintamos a salvo.
Es
difícil perdonarse a uno mismo y pensé que jamas lo conseguiría.
No lo voy a hacer porque no lo necesito. No fue la niña que jugaba
con los caballos quien provocó al monstruo que destruía la
inocencia.
No
se si esto es un pequeño avance o un gran paso. Esta noche sólo
puedo sonreír y saludar a mi niña que está volviendo del
destierro.
Encontrando el camino,no tengo palabras para agradecerte que me instaras a buscar una sonrisa en la niña que un día fui.Me has dado una gran pauta.
ResponderEliminarEn la experiencia está la sabiduría y en compartirla la generosidad.
Recojo tus palabras!!
ResponderEliminarRecuerda que a tu niña nunca la has abandonado. Siempre habeis estado juntas, sólo que ahora estas preparada para verla...
Sigue caminando!!
Un abrazo de Encontrando el camino...
Has dibujado una sonrisa preciosa en mi cara al leer esta entrada.
ResponderEliminarEs precioso, para mí es lo más bonito que nos pasa en este camino, encontrarnos con la niña que un día fuimos y que sigue viviendo ahí dentro de nosotras.
Yo la encontré sin buscarla, sin saber siquiera que existía, la abracé y ahora no dejo de hablarle. Siento que su ilusión, su inocencia y su energía siguen conmigo y me he prometido a mí misma que voy a darle todo el cariño que sólo yo puedo darle.
También he descubierto que algo común en muchos supervivientes es precisamente esto, nuestra ilusión por las pequeñas cosas y me encanta descubrirlo. Como leí hace unos meses, nos robaron la inocencia pero no las ganas de ser niñ@s!!
Gracias por esta entrada.
Es sencillamente preciosa. :)
Gracias a tí porque leí primero el comentario de la entrada que te hizo llorar y me encanta compensarlo con esa preciosa sonrisa.
ResponderEliminarTienes toda la razón,lo mejor de este proceso es conocer a la niña que fuimos y que se perdió en medio de tanto dolor.
Amapola; si bien es cierto que nuestro cerebro bloquea momentos malos, a veces nosotros mismos apartamos y olvidamos los buenos. Aferrate a ese lugar especial, a tus queridos caballos, viaja y revive ese lugar cada vez que sea necesario y encontraras tu sonrisa...
ResponderEliminarClau
Gran consejo y un buen escape para los malos momentos. Te lo agradezco de corazón.
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